He aquí el último apartado del documento "El Páramo Leones: entre la antigüedad y la alta Edad Media" de José Avelino Gutierrez González.
En este último punto, se resumen las conclusiones del trabajo. Desde aquí dar las gracias a José Avelino por ayudar con este documento a clarificar un poco más cuál fue la historia del Páramo Leonés durante la Edad Media.
4. Conclusiones
A través del registro arqueológico, juntamente con el documental para los tiempos altomedievales, hemos podido constatar la evolución de la ocupación, poblamiento y dedicación de las tierras del Páramo y su entorno, una de la s zonas que integraban en esta última época el territorio leonés, así como la progresiva conquista feudal y formación de dominios monásticos y magnaticios sobre las explotaciones de campesinos que se habían ido instalando allí anteriormente. Destaca, en primer lugar, el contraste entre la meseta paramesa y las vegas del Esla y Órbigo en cuanto a las preferencias de los asentamientos en época prerromana y romana. En la I y II Edad de Hierro encontramos un modelo único de aprovechamiento del espacio agrario con base poblacional en los asentamientos cástrenos próximos a los cursos fluviales, dominando dichos espacios, distantes varios kilómetros entre sí, y -aparentemente- sin jerarquización entre ellos; los interfluvios como el del Páramo, que estarían ocupados por el "monte" natural, podrían haber sido aprovechados como reserva cinegética, pastoril y para abastecimiento de productos silvícolas. En época romana se advierten ya algunos cambios sustanciales; por una parte se advierte una mayor jerarquización entre los asentamientos: ciudades de fundación romana de Legioy Asturíca, por una parte; condición de civitates otorgada al territorio de algunos castros indígenas (civitas Bedunensium, civitas Brigaeco, Comeniacd), cuyos términos o territorio, estarían bien delimitados (en el caso de la primera se conocen los hitos o termini pratorum con el campamento de la Cohors IV Gallorum). El Páramo debía encontrarse, por tanto, repartido entre los territorios de esos centros administrativos que lo enmarcan, y destinado -entre otras actividades- a las cinegéticas, practicadas por las clases dirigentes funcionariales. Además de las vías de comunicación norte-sur por los valles, otro camino (correspondiente con los Itinerarios 32 y 34 de Antonino) cruza el Páramo en dirección noroeste-sureste, entre Astorga y Ardón.
En época tardorromana se constata, además, la proliferación de villae y otros núcleos de producción agraria (quizá granjas o quintas dependientes de ellas), asentados siempre en las terrazas fluviales más fértiles del Esla y Órbigo. La meseta paramesa debió también quedar repartida entre los diversos latifundios que se encuentran en los entornos ribereños, dedicadas básicamente a los mismos usos cinegéticos y silvo-pastoriles que en época altoimperial; algunos pequeños asentamientos de esta época localizados en el Páramo, inclasificables como villae, podrían constituir pequeños centros de explotación del monte (casales, granjas o casas de monte), dependientes de aquellas o, quizás, ocupados por campesinos independientes. Después de la desarticulación del poder imperial en el noroeste peninsular, dejan de percibirse de manera tan clara las anteriores relaciones de dependencia y jerarquización entre los distintos tipos de asentamientos; permanecen los centros urbanos de Legio y Asturica, algunas de las villae y centros residenciales, en los cuales ciertos hallazgos de épocas posteriores (broches de cinturón hispanovisigodos, construcción paleocristiana de Marialba con reformas de los siglos VI y VII, referencias literarias y hallazgos diversos en el castro de Valencia de donjuán, etc.) permiten suponer cierta pervivencia de funciones, diferentes ya de las clásicas. La ausencia de unas estructuras de poder, al menos respecto a las bien evidenciadas en las épocas anteriores, posibilitaría las iniciativas campesinas al margen de los poderes señoriales tardoantiguos (latifundistas y aristocracia local, sueva e hispanovisigoda, etc.) y de SEIS tradicionales zonas de dedicación agraria, las vegas y terrazas fluviales. Tales explotaciones campesinas en las tierras del Páramo (antes reservas señoriales) se plantean como hipótesis a comprobar, ante la ausencia de evidencias arqueológicas o literarias; sus particulares formas de organización -al margen de las estructuras sociopolíticas (centros de la aristocracia provincial remanente, fundaciones monásticas hispano visigodas, etc.) que no se dejan notar aquí- pasarían desapercibidas para los relatores oficiales de la época, que -por otra parte- registran frecuentes campañas militares de suevos y toledanos en pos de la integración política y fiscal de los pueblos norteños. Igualmente, generarían un "registro arqueológico" ocupacional diferente tanto del anterior como del coetáneo, cuya ergología es -por lo demás- escasamente conocida en estas zonas marginales del norte peninsular.
Por otra parte, la intensa ocupación y dedicación agraria de las tierras paramesas que desde comienzos del siglo X aparece reflejada en los diplomas leoneses resulta difícil de explicar por las tesis clásicas de la "repoblación" asturleonesa o mozárabe, que constituiría aquí un curioso fenómeno de "generación espontánea", pues no es una zona con una densidad de ocupación (aun contando con las carencias de la prospección, futuros hallazgos, etc.) comparable con la altomedieval, sino más bien un área prácticamente carente de asentamientos antiguos, lo cual no quiere decir yerma, desértica o improductiva. Es más, los propios diplomas -sanciones literarias de las nuevas formas de organización jurídica basada en el derecho romano y de apropiación de tierras y hombres por parte de las refortalecidas aristocracias asturleonesas, que renacen con la consolidación de éstas- constatan y evidencian la preexistencia de los asentamientos y explotaciones campesinas, en ocasiones de forma tan explícita como los pleitos entre campesinos y monasterios por el uso de aguas, acueductos y molinos. En consecuencia, el comienzo de la organización agraria del Páramo por comunidades campesinas es un proceso necesariamente anterior a la llamada "repoblación oficial", en realidad apropiación feudal de aquellas, y a la propia dinámica de expansión y reorganización política del reino asturleonés. Por tanto, todo apunta a que en una zona tradicionalmente considerada paradigmática de la "despoblación", y posterior "reconquista y repoblación", las tendencias poblacionales -consideradas en un proceso de larga duración entre la Antigüedad y la alta Edad Media- son de signo inverso; la "reconquista" y la "repoblación" no se practicarían aquí sobre tierras vacías o dominadas por los musulmanes (a no ser que la abundante onomástica y toponimia arabizada responda a asentamientos remanentes de éstos, lo cual parece poco probable pues no presentan características tribales beréberes) sino más bien sobre las comunidades campesinas que han ido poniendo en explotación esas tierras al margen y con anterioridad a la capacidad expansiva e integradora de la monarquía asturleonesa.
Esto no excluye, sin embargo, la intensificación y progresiva expansión agraria por parte de campesinos independientes ya bajo el dominio efectivo de la corte leonesa, como refleja la documentación de la décima centuria y comienzos de la siguiente; con todo, lo que evidencia el registro escrito es el avance de la apropiación y la formación y progresiva implantación de dominios señoriales sobre las explotaciones campesinas y sobre la independencia jurídica y económica de los hombres. En efecto, entre los documentos manejados hay alguna referencia a "presuras" recientes y tierras que se están comenzando a explotar por diversas familias; otras aprehensiones y "populaturas" fueron realizadas ya por centros monásticos y magnates cercanos a la cortecon una estructura y régimen ya dominial. Las frecuentes transacciones de tierras y bienes entre familias campesinas muestran también su capacidad de actuar, poseer y organizar el trabajo agrario, pero debe tenerse en cuenta que todos los intercambios que conocemos a través de los diplomas -y precisamente por eso los conocemos- forman parte de los fondos monásticos o catedralicios, a cuyas congregaciones irían a parar directa o indirectamente las explotaciones documentadas. Otro buen número de diplomas recogen actos (donaciones por diversos motivos, ventas, profiliaciones, ventas en precario, entregas por sanciones penales o para evitar la caída en servidumbre, etc.) por los que algunos campesinos propietarios se ven forzados a desprenderse de sus tierras y medios de producción a favor de monasterios, condes o familia regia. La mayor parte de las compra-ventas entre familias campesinas, o propietarios que no parecen pertenecer a ninguna de las categorías magnaticias, se realiza en las primeras décadas del siglo X, para ir disminuyendo en las siguientes al tiempo que aumentan las entregas -por los diversos motivos ya comentados- a monasterios y señores laicos. Por su parte, también entre estos últimos se establece un diferente ritmo de apropiación de tierras y bienes campesinos, así como de derechos sobre los propios hombres. Inicialmente son esas fundaciones monásticas (especialmente los monasterios de origen familiar de Valdevimbre y de Ardón, inmersos en el propio campo, así como el monasterio de Santiago de la ciudad de León) las que comienzan el proceso colonizador-apropiador, para ir decayendo en las últimas décadas de la centuria en favor de la mayor implantación de los dominios laicos; entre éstos destacan los de dos grandes familias de magnates leoneses (Munio Fernández y Fernando Núñez) que consiguen de los reyes importantes donaciones y derechos de apropiación (confiscación de bienes de otros señores por rebelión, embargos y compras a campesinos por sanciones penales, ejecución de la justicia que inicialmente corresponde al rey y que progresivamente van ejerciendo los condes, etc.). Una forma de redistribución de esa riqueza así obtenida entre los grupos magnaticios son las donaciones, e incluso nuevas fundaciones, que estos condes hacen a algunos de los monasterios leoneses.
Posteriormente, sobre todo en la segunda década del siglo XII, serán el obispo y el cabildo de León quienes se hacen con una gran parte de los bienes y hombres del Páramo anteriormente obtenidos por los primeros monasterios, al integrar a éstos en la nueva reorganización eclesiástica que prevalecerá desde entonces.
En este proceso de colonización desempeñarían una importante función de instrumentos de implantación feudal las fortificaciones, no sólo como centros militares sino también como núcleos jerárquicos en la nueva reorganización del territorio en el que se articulan los espacios productivos y los demás núcleos de población. Así, algunos antiguos castra como el de Ardón o el de Coyanza (Valencia de don Juan), significativo centro neurálgico en épocas precedentes, continúan o retoman esas funciones bajo el poder integrador de la monarquía asturleonesa. Son conocidas actividades político-militares emprendidas desde y contra ellos ya desde la época de Alfonso III, así como su papel en la ordenación territorial. En efecto, a lo largo del siglo X percibimos una progresiva articulación y jerarquización del espacio en unidades territoriales de distinto rango; en primer lugar el "territorio legionense", la unidad mayor tanto en extensión como en contenido sociopolítico. En un rango inferior aparecen los territorios de Castro Ardón y de Coyanza, en los que se integran unidades físicas ("valle de Mahmute" en el primero, "vega del Esla" en Coyanza) donde se localizan las tierras, montes, villas, lugares, etc. Al tiempo otro concepto espacial, in Paramo, quizá ya con un sentido toponímico desde la Antigüedad y no sólo como acepción geográfica, va destacándose sobre los anteriores para designar toda la meseta que desde entonces se conoce con ese nombre.
A través del registro arqueológico, juntamente con el documental para los tiempos altomedievales, hemos podido constatar la evolución de la ocupación, poblamiento y dedicación de las tierras del Páramo y su entorno, una de la s zonas que integraban en esta última época el territorio leonés, así como la progresiva conquista feudal y formación de dominios monásticos y magnaticios sobre las explotaciones de campesinos que se habían ido instalando allí anteriormente. Destaca, en primer lugar, el contraste entre la meseta paramesa y las vegas del Esla y Órbigo en cuanto a las preferencias de los asentamientos en época prerromana y romana. En la I y II Edad de Hierro encontramos un modelo único de aprovechamiento del espacio agrario con base poblacional en los asentamientos cástrenos próximos a los cursos fluviales, dominando dichos espacios, distantes varios kilómetros entre sí, y -aparentemente- sin jerarquización entre ellos; los interfluvios como el del Páramo, que estarían ocupados por el "monte" natural, podrían haber sido aprovechados como reserva cinegética, pastoril y para abastecimiento de productos silvícolas. En época romana se advierten ya algunos cambios sustanciales; por una parte se advierte una mayor jerarquización entre los asentamientos: ciudades de fundación romana de Legioy Asturíca, por una parte; condición de civitates otorgada al territorio de algunos castros indígenas (civitas Bedunensium, civitas Brigaeco, Comeniacd), cuyos términos o territorio, estarían bien delimitados (en el caso de la primera se conocen los hitos o termini pratorum con el campamento de la Cohors IV Gallorum). El Páramo debía encontrarse, por tanto, repartido entre los territorios de esos centros administrativos que lo enmarcan, y destinado -entre otras actividades- a las cinegéticas, practicadas por las clases dirigentes funcionariales. Además de las vías de comunicación norte-sur por los valles, otro camino (correspondiente con los Itinerarios 32 y 34 de Antonino) cruza el Páramo en dirección noroeste-sureste, entre Astorga y Ardón.
En época tardorromana se constata, además, la proliferación de villae y otros núcleos de producción agraria (quizá granjas o quintas dependientes de ellas), asentados siempre en las terrazas fluviales más fértiles del Esla y Órbigo. La meseta paramesa debió también quedar repartida entre los diversos latifundios que se encuentran en los entornos ribereños, dedicadas básicamente a los mismos usos cinegéticos y silvo-pastoriles que en época altoimperial; algunos pequeños asentamientos de esta época localizados en el Páramo, inclasificables como villae, podrían constituir pequeños centros de explotación del monte (casales, granjas o casas de monte), dependientes de aquellas o, quizás, ocupados por campesinos independientes. Después de la desarticulación del poder imperial en el noroeste peninsular, dejan de percibirse de manera tan clara las anteriores relaciones de dependencia y jerarquización entre los distintos tipos de asentamientos; permanecen los centros urbanos de Legio y Asturica, algunas de las villae y centros residenciales, en los cuales ciertos hallazgos de épocas posteriores (broches de cinturón hispanovisigodos, construcción paleocristiana de Marialba con reformas de los siglos VI y VII, referencias literarias y hallazgos diversos en el castro de Valencia de donjuán, etc.) permiten suponer cierta pervivencia de funciones, diferentes ya de las clásicas. La ausencia de unas estructuras de poder, al menos respecto a las bien evidenciadas en las épocas anteriores, posibilitaría las iniciativas campesinas al margen de los poderes señoriales tardoantiguos (latifundistas y aristocracia local, sueva e hispanovisigoda, etc.) y de SEIS tradicionales zonas de dedicación agraria, las vegas y terrazas fluviales. Tales explotaciones campesinas en las tierras del Páramo (antes reservas señoriales) se plantean como hipótesis a comprobar, ante la ausencia de evidencias arqueológicas o literarias; sus particulares formas de organización -al margen de las estructuras sociopolíticas (centros de la aristocracia provincial remanente, fundaciones monásticas hispano visigodas, etc.) que no se dejan notar aquí- pasarían desapercibidas para los relatores oficiales de la época, que -por otra parte- registran frecuentes campañas militares de suevos y toledanos en pos de la integración política y fiscal de los pueblos norteños. Igualmente, generarían un "registro arqueológico" ocupacional diferente tanto del anterior como del coetáneo, cuya ergología es -por lo demás- escasamente conocida en estas zonas marginales del norte peninsular.
Por otra parte, la intensa ocupación y dedicación agraria de las tierras paramesas que desde comienzos del siglo X aparece reflejada en los diplomas leoneses resulta difícil de explicar por las tesis clásicas de la "repoblación" asturleonesa o mozárabe, que constituiría aquí un curioso fenómeno de "generación espontánea", pues no es una zona con una densidad de ocupación (aun contando con las carencias de la prospección, futuros hallazgos, etc.) comparable con la altomedieval, sino más bien un área prácticamente carente de asentamientos antiguos, lo cual no quiere decir yerma, desértica o improductiva. Es más, los propios diplomas -sanciones literarias de las nuevas formas de organización jurídica basada en el derecho romano y de apropiación de tierras y hombres por parte de las refortalecidas aristocracias asturleonesas, que renacen con la consolidación de éstas- constatan y evidencian la preexistencia de los asentamientos y explotaciones campesinas, en ocasiones de forma tan explícita como los pleitos entre campesinos y monasterios por el uso de aguas, acueductos y molinos. En consecuencia, el comienzo de la organización agraria del Páramo por comunidades campesinas es un proceso necesariamente anterior a la llamada "repoblación oficial", en realidad apropiación feudal de aquellas, y a la propia dinámica de expansión y reorganización política del reino asturleonés. Por tanto, todo apunta a que en una zona tradicionalmente considerada paradigmática de la "despoblación", y posterior "reconquista y repoblación", las tendencias poblacionales -consideradas en un proceso de larga duración entre la Antigüedad y la alta Edad Media- son de signo inverso; la "reconquista" y la "repoblación" no se practicarían aquí sobre tierras vacías o dominadas por los musulmanes (a no ser que la abundante onomástica y toponimia arabizada responda a asentamientos remanentes de éstos, lo cual parece poco probable pues no presentan características tribales beréberes) sino más bien sobre las comunidades campesinas que han ido poniendo en explotación esas tierras al margen y con anterioridad a la capacidad expansiva e integradora de la monarquía asturleonesa.
Esto no excluye, sin embargo, la intensificación y progresiva expansión agraria por parte de campesinos independientes ya bajo el dominio efectivo de la corte leonesa, como refleja la documentación de la décima centuria y comienzos de la siguiente; con todo, lo que evidencia el registro escrito es el avance de la apropiación y la formación y progresiva implantación de dominios señoriales sobre las explotaciones campesinas y sobre la independencia jurídica y económica de los hombres. En efecto, entre los documentos manejados hay alguna referencia a "presuras" recientes y tierras que se están comenzando a explotar por diversas familias; otras aprehensiones y "populaturas" fueron realizadas ya por centros monásticos y magnates cercanos a la cortecon una estructura y régimen ya dominial. Las frecuentes transacciones de tierras y bienes entre familias campesinas muestran también su capacidad de actuar, poseer y organizar el trabajo agrario, pero debe tenerse en cuenta que todos los intercambios que conocemos a través de los diplomas -y precisamente por eso los conocemos- forman parte de los fondos monásticos o catedralicios, a cuyas congregaciones irían a parar directa o indirectamente las explotaciones documentadas. Otro buen número de diplomas recogen actos (donaciones por diversos motivos, ventas, profiliaciones, ventas en precario, entregas por sanciones penales o para evitar la caída en servidumbre, etc.) por los que algunos campesinos propietarios se ven forzados a desprenderse de sus tierras y medios de producción a favor de monasterios, condes o familia regia. La mayor parte de las compra-ventas entre familias campesinas, o propietarios que no parecen pertenecer a ninguna de las categorías magnaticias, se realiza en las primeras décadas del siglo X, para ir disminuyendo en las siguientes al tiempo que aumentan las entregas -por los diversos motivos ya comentados- a monasterios y señores laicos. Por su parte, también entre estos últimos se establece un diferente ritmo de apropiación de tierras y bienes campesinos, así como de derechos sobre los propios hombres. Inicialmente son esas fundaciones monásticas (especialmente los monasterios de origen familiar de Valdevimbre y de Ardón, inmersos en el propio campo, así como el monasterio de Santiago de la ciudad de León) las que comienzan el proceso colonizador-apropiador, para ir decayendo en las últimas décadas de la centuria en favor de la mayor implantación de los dominios laicos; entre éstos destacan los de dos grandes familias de magnates leoneses (Munio Fernández y Fernando Núñez) que consiguen de los reyes importantes donaciones y derechos de apropiación (confiscación de bienes de otros señores por rebelión, embargos y compras a campesinos por sanciones penales, ejecución de la justicia que inicialmente corresponde al rey y que progresivamente van ejerciendo los condes, etc.). Una forma de redistribución de esa riqueza así obtenida entre los grupos magnaticios son las donaciones, e incluso nuevas fundaciones, que estos condes hacen a algunos de los monasterios leoneses.
Posteriormente, sobre todo en la segunda década del siglo XII, serán el obispo y el cabildo de León quienes se hacen con una gran parte de los bienes y hombres del Páramo anteriormente obtenidos por los primeros monasterios, al integrar a éstos en la nueva reorganización eclesiástica que prevalecerá desde entonces.
En este proceso de colonización desempeñarían una importante función de instrumentos de implantación feudal las fortificaciones, no sólo como centros militares sino también como núcleos jerárquicos en la nueva reorganización del territorio en el que se articulan los espacios productivos y los demás núcleos de población. Así, algunos antiguos castra como el de Ardón o el de Coyanza (Valencia de don Juan), significativo centro neurálgico en épocas precedentes, continúan o retoman esas funciones bajo el poder integrador de la monarquía asturleonesa. Son conocidas actividades político-militares emprendidas desde y contra ellos ya desde la época de Alfonso III, así como su papel en la ordenación territorial. En efecto, a lo largo del siglo X percibimos una progresiva articulación y jerarquización del espacio en unidades territoriales de distinto rango; en primer lugar el "territorio legionense", la unidad mayor tanto en extensión como en contenido sociopolítico. En un rango inferior aparecen los territorios de Castro Ardón y de Coyanza, en los que se integran unidades físicas ("valle de Mahmute" en el primero, "vega del Esla" en Coyanza) donde se localizan las tierras, montes, villas, lugares, etc. Al tiempo otro concepto espacial, in Paramo, quizá ya con un sentido toponímico desde la Antigüedad y no sólo como acepción geográfica, va destacándose sobre los anteriores para designar toda la meseta que desde entonces se conoce con ese nombre.
NOTA: Recordad que este documento no es mio. Es propiedad intelectual de José Avelino Gutierrez González. Podéis descargar el artículo completo desde este enlace.
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