27 de diciembre de 2011

Mañana de domingo en primavera

Hoy os traigo una lectura que he recibido por e-mail y que me ha encantado. Ha sido emocionante leerla porque yo he tenido, en muchas ocasiones, el mismo sentimiento. Sin embargo, en mi caso, en verano que es cuando más tiempo pasaba en el pueblo. Es, sin duda, un texto que merece la pena leer, tanto por su contenido como por su forma, muy elaborada.

El texto me lo ha enviado Tinin. Aquí os dejo lo que me comentaba en su mail y, a continuación, el texto.

Un Saludo Silvia. Me ha encantado saludarte a ti y a tu familia durante las fiestas del pueblo. Te reitero lo que te dije entonces, que estás haciendo un gran trabajo con tu blog sobre Villaestrigo. Lo consulto con asiduidad aunque hasta ahora no he podido participar. Te felicito por lo que estás haciendo, me ha permitido recordar cosas que creía olvidadas y cada vez que lo veo me parece que aun sigo allí. Gracias por todo. Te envío algo de lo que he escrito. No sé si tiene la calidad suficiente. Espero que me digas tu opinión. Gracias una vez más por tu trabajo y gracias a todos los que han enviado fotos y escritos del pueblo.

Mañana de domingo en primavera

Suenan las campanas, es tiempo de ir a misa. Las calles aún son de tierra y frente a cada casa se ha regado primero y después barrido y las aceras están limpias. Es domingo, y como cada domingo y fiesta de guardar ese es el ritual antes de ir a misa, el tener barrida y regada la calle frente a cada casa.

El tañido de las campanas llena el pueblo y los campos cercanos, y despierta a los más rezagados, aquellos que se acostaban al alba.

Me despierto cuando las campanas suenan por tercera y última vez a media mañana, encarando ya el mediodía. Tras la ventana observo a unos y otros en dirección a la iglesia. Presurosos, recién lavados y afeitados, peinados y trajeados ellos y ellas, luminosos como el día, con la ropa de domingo y fiestas de guardar. Salen juntos de casa marido y mujer, y juntos llegan a la iglesia, como es menester; y allí se separan, el marido con los hombres, la mujer con las mujeres, y a su aire mozos y mozas, igual que los más pequeños.

Desde mi ventana oigo el murmullo de sus voces frente a la iglesia, antes de entrar a misa.

Poco a poco se van apagando los murmullos, al tiempo que van entrando en la iglesia y van ocupando reclinatorios y bancos bajo la atenta mirada del crucificado, de la inmaculada y de los santos que llenan el retablo dorado que ocupa la pared frontal, tras el altar. Las mujeres se sientan delante, los hombres detrás; y más atrás, bajo el coro,los mozos del pueblo. Los niños y niñas se han colocado a ambos lados del altar, los niños a la izquierda del cura y su derecha las niñas.

Una vez dentro de la iglesia, con la misa a punto de comenzar, se hace el silencio en el pueblo y otros son los sonidos que atraen mi atención.

El sonido de los pájaros sobrevolando los tejados o posados en los cables de la luz, algún gavilán flotando en lo alto. Los susurros de unos pocos árboles frente a mi ventana, suavemente mecidos por la brisa. El sonido intermitente de algún tractor en la lejanía, el rodar solitario de alguna bicicleta. Alguna puerta que se cierra y unos pasos rápidos para ir a misa, aunque sea un poco tarde.

Y mientras, las golondrinas asomando su cabeza en el nido de barro que hay bajo el alero del tejado, observándome mientras yo las observo. Observando ellas y yo la luz de la mañana.

Es domingo de primavera, y el cielo se viste de un azul virgen e inmaculado, con alguna pequeña nube solitaria suspendida en lo alto que se mueve lentamente a impulsos de un viento imperceptible, de una fresca brisa que recuerda el invierno que se ha ido.

El pueblo está en calma y respiro paz y quietud mientras me asomo por la ventana para refrescarme con el aire de la mañana. Disfruto de esos momentos de silencio durante media hora, a veces casi una hora, depende del sermón del cura.

Poco después se rompe de repente esa quietud y las voces inundan de nuevo el pueblo. Han salido de misa. Es allí, en la plaza de la iglesia, donde cada domingo se da cita la gente del pueblo y se ponen al día de las últimas noticias. Es curioso -pienso mientras sonrío para mi mismo- que a pesar de la multitud de personas que hablan al mismo tiempo puedo identificarlos a todos, aún sin verlos, y asociar tal o cual voz con tal o cual persona y el gesto que la caracteriza.

Poco después de las charlas habituales frente a las puertas de la Iglesia, los allí reunidos se van dispersando poco a poco. Los hombres se van hacia el bar, como casi siempre, a tomar el vermut y la tapa mientras charlan antes de ir a comer. Pero no las mujeres, a las que nunca vi en el bar siendo niño; siempre en casa, en la noria, en la iglesia o en algún corrillo. Son ellas las que ahora, en pequeños grupos, se van alejando de la plaza para retornar a casa y preparar la comida.

Y oigo algunas voces que se van perdiendo poco a poco porque van en dirección contraria a mi casa y otras que adquieren más nitidez por estar más cercanas, y otras con total claridad al pasar por la calle bajo mi ventana. A veces asomo la cabeza sin que me vean, sólo para confirmar que he acertado al emparejar voz y persona.

Sonrío entonces y deseo que el tiempo pase lentamente para seguir escuchándolas durante muchos domingos y muchas primaveras. Desde niño esas mismas voces me han acompañado aunque sus dueños no lo sepan, y las mañanas de Domingo en primavera y el tañido de las campanas los traen siempre a mi memoria.

Texto propiedad de Tinin e incluido en el blog con su consentimiento. No copiar ni reproducir sin su permiso.

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