Os traigo una colección de 38 cuentos tradiciones castellanoleoneses, recopilados por Arturo Martín Criado en la Revista Folklore nº284, tomo 24b, en 2004 (páginas 39-62).
Disfrutadlos.
JUAN EL OSO
Era un pahtor, era un matrimonio y el hombre era pahtó; la señora fue a llevarle de comé a la piara, a la mahada y era de noche. Le dijo el marido:
– Ven por esa sierra.
Pue la tía se fue po el medio la cabra, la cohió un oso y se la llevó pa la cueva. El tío venga buscá a la tía…, no la encontró. Pero el tío creyó que la había comío algún lobo.
Allá siete años pareció la señora, pero con un oso, se tomó de oso; la llevó pa la cueva y se tomó de oso. Bueno, pueh volvió al pahtó otra ve, pa su casa y le diho el tío:
– ¿Qué eso que tiene ahí?
Era como un perro, pero tenía un rabito. Era medio cuerpo arriba de hombre y de medio cuerpo abaho era de oso…, de perro.
– ¿Y ése que está ahí?
– Pue ése qu’está ahí, me cohió el oso –le contó la señora – me cohió el oso y me llevó y se tomó.
No conocía más que yerba, lo que le llevásemos. Bueno, ahora trataron de llevarlo al oso, aquel matrimonio, a la escuela. Como era de medio cuerpo arriba una persona y de medio cuerpo abaho era un perrito y tenía un rabo igual que lo perro. Ahora va a la escuela, le enseña el maestro, y sabe más que el maestro, el muchacho. ¡Pos vaya! El primer día que fue a la escuela vio que sabía más que el maestro. Le pregunta otra ve y…, pue hay que tratar de traer otro maestro y…, sabía más que el otro maestro que se puso. Tres maestros le pusieron, tres maestros al muchacho. Y al último maestro que le pusieron, pue todo lo muchacho vihilaban ver el rabo, ¡lo que pasa!, dice:
– No me toquéis –les dice el muchacho– que como me toquéis alguno, le pego un trompazo, –les dijo el oso, porque le tiraban del rabo. Pue, tanto, que mató a uno, mató a un muchacho.
– ¡Ay! –decían– pueh ha matao a uno. ¡Echalo fuera!
Le echaron fuera y él le contestó:
– Yo, si quiere que me salga, me tenéis que dar no sé cuántas arrobas de dinero, ¡muchas!, y no sé cuántas fanegas de nueces, y no sé cuánta miel.
Bueno, le pidió todo lo que le pidiese. Le echaron fuera porque había matao otro muchacho. El que mató, matao se quedó. Se fue al servicio, pue, con ese rabito medio de persona, medio de oso, de perrito. ¡Aibá, lo sordao! Claro, lo que pasa, le tocan así al rabito de perro, lo que pasa.
–Tené cuidao, –leh decía él– que ya he matao un muchacho. Si me volvéis a tocar, mato un soldao.
Pueh tan mala suerte, que mató a otro soldao.
– ¡Poh cómo tenemo aquí a eso; –decía la tropa– vamo a echar fuera! – Si me echáis fuera, me tenéis que dar…
Lo metieron en la cárcel, le dieron mucha miel, mucha nuece, to lo que pidió, le dieron to lo que pidió. Creían que estaba preso y estaba venga a machar la nuece, to lo que le habían metío. ¡Bueno!, ahora ese muchacho ya salió de la cárcel. Como lo acharon también de la mili, pue volvió otra ve an ca del padre y le dice, el padre y la madre: –
Mira qué has tenío suerte, te echan pa casa. ¿Qué es lo que hace? –
¡Aaah! Si no m’echa pa casa, puedo con toa la gente.
Le decía que podía con todo el mundo, porque el rabo del oso tenía mucha fuerza.
Ahora trataron de ir por el mundo, pueh se fue por el mundo y abandonó el padre y la madre y se fue. Estaba uno arrancando pino en el monte y pasó él:
– Pueh ¿qué hase usté ahí?
Dice:
– Aquí estoy arrancando pino.
– Y ¿a cómo le pagan?
– ¡Aah! –dice el señó– me pagan poco.
– Pos yo le pago a usté má.
Como le pagó más, se fue con él. Llegaron má adelante y se encontraron con otro que estaba trabahando, que estaba allanado el teso con el culo, ¡venga dale culazo a un teso, venga dale culazo!
– Pero ¿qué hace usté ahí?
Iban ya dos, el de los pinos y él.
– Pos ¿qué hace usté ahí?
– Pueh aquí estoy trabahando, estoy ganando el hornal.
– Y ¿a cómo le pagan a usté?
– A tanto.
– ¡Véngase usté conmigo!
Pues se van loh doh. Ya eran tres. Ahora fue y le diho Juan el Oso:
– Aquí hay un pozo mu hondo. De los dos que ehtaban vamo a atar a uno a ver donde baha, a ver si ehtaba hondo.
Y dice uno:
– Yo la cago.
Y, claro, ataron y tiraron de la soga.
– ¿Qué has visto?
– No he visto máh –decía aquél– un pozo con agua.
¡Lo que había! Y ataron al que estaba llanando el teso con el culo y aquél también pos no vio más que agua, lo que vio el otro.
– Bueno, pos ahora me voy a… Se ató él.
– …vosotros me estiráis, ¿eh?
Lo ataron a él, paso el pozo, del pozo p’abaho y llegó a la casa de encanto; y había una habitación y un espeho en la puerta.
– ¿Quién portea?, –dice.
– Yo soy, –dice.
– Y ¿quién eres?, –le respondió la voz de dentro.
Dice:
– Yo soy Juanillo el Oso –le diho–. ¡Ay!, pueh, ¿cómo estás ahí?
El no veía la moza, el na más veía la voz…, estaba candao y le dice:
– ¡Ay! Estoy aquí encantada por cien años.
Encantada era por lo malo, alguna persona que la hubiese cohío, como las bruhas que la llevasen. La cohió, la ató al pozo, los otros ehtiran. Pensaron que era de Juanillo el Oso y estiraron de la moza, y él se fue máh alante y llegó a otra puerta y le diho: – ¡Pum, pum! – ¿Quién? – Pueh, ¿qué hacen ahí? Dice: – Aquí estoy encantada por cien años.
Él no le diho que había sacao a una ya, él no se lo diho. Dice:
– Pero estoy aquí encantada.
– Y ¿quién tiene que venir? –le diho Juanillo el Oso.
Dice:
– Tiene que venir un toro, un toro echando fuego por todos los sitios y el toro tiene que decir: “o me matas o te mato”.
Dice Juan el Oso:
– Y ¿con qué hay que matarlo?
Dice:
– Con el rabito de perro de Juan el Oso.
¿Cómo lo llevaba él! Viene el toro echando fuego y dice:
– A carne humana me huele; si te coho, te devoro.
– ¡Ven acá! –le diho Juanillo el Oso.
Le pegó con el rabo del perro y le mató. ¡Ya sacó otra moza! Ahora llegó él, sin subir parriba, a otro portal máh alante. Al llegar a otra puerta, pueh le respondió lo mismo, le diho que qué pasaba. Dice:
– Pueh estoy encantada por cien años.
Bueno, ya había sacao dos, una pa ca uno, pero faltaba una pa él y diho, dice: – ¿Quién tiene que venir? Dice:
– ¡Aaay! –le diho la muher dentro– es que tiene que venir una sarpiente, ¡fíjate!, una sarpiente echando fuego y esa sarpiente, si no la matas, me quedaré encantada por otros cien años. Y si la mata uno que tenga el rabito… Pueh la mató también. Sacó a las tres mozas, las ató y las sacó parriba y diho:
– Una pa ca uno.
Y diho él:
– Yo no la quiero.
– Pueh sobra una.
– Pueh la que sobre, la regalo –diho Juanillo el Oso.
Pue luego después se casaron con ellas y él no se casó. Siguió mas adelante y fue… ¿And’iría él, ande iríia él? El fin de él no se supo ande fue, pero los dos se casaron con las dos mozas que subió y la moza esa, la que queó, diho que se iba con Juan el Oso y con Juanillo se fue. Pueh una le dio una medalla de oro, otra una media naranja de oro y otra, otra cosa: tres regalos. Y aquella le diho que como la había sacao del encanto, que se marchaba con él, y ¿ande irían? Ande fuesen y los otros se casaron con las dos que sacó y se acabó.
JUAN PORRA DE QUINCE QUINTALES
En un pueblo habitaba un matrimonio que tenía siete hijos, y el mayor de todos, al ver que su padre era tan pobre, le dijo, dice:
– Padre, me tienes que hacer una porra de quince quintales, once arrobas y media; como hijo mayor, quiero marcharme a buscar mi vida.
Se puso un morral, y con una cornata y una caja de cerillas, se echó al campo. Anduvo y anduvo, y a la lejanía de él vio una casa que echaba humo. Entonces, se dirigió a ella y, al llegar a ella, olía muy bien a chorizo y carne asada, pero, como hacía mucho frío, no quiso llamar a la puerta; se subió a la chimenea y, al mirar para abajo, dice:
– ¡Qué bien huele a chorizo y migas asadas!
Entonces oyó hablar a dos pastores que había dentro y dice:
– Bueno, allá va mi porra y, donde va mi porra, voy yo.
Y se tiró por la chimenea. Se encontró con dos mozos y le dijeron:
– A buena hora vienes, que es la hora de la cena.
Les contó sus aventuras y le dicen:
– Cena con nosotros.
En agradecimiento, le dice:
– ¿Por qué no venís conmigo?
Y dijeron entonces ellos:
– Bueno, vámonos.
Pero él iba con su porra tanteando el suelo. Llegó a un sitio que sonó hueco, dijo:
– ¡Parar!, que aquí hay un pozo. ¿Qué podrá haber dentro d’él?
Se encontraron con una gran piedra, que era una losa, y entre los tres la levantaron y vieron que era un pozo. Dijo:
– ¡Escuchad, que se oyen voces de mujer abajo! –dijo – ¿quién se va atrever a bajar?.
Y Juan, que así se llamaba, le dijo a uno de ellos
–baja tú.
Y el otro al otro:
– Baja tú.
Pero Juan tiró su porra y dijo:
– ¡Allá voy!
Y se tiró y allí se encontró con tres chicas guapísimas, y una le dijo:
– Ten cuidao, porque estamos aquí encantadas por mi padre león, diablo, toro.
La del diablo le dijo:
– Ten cuidao, que mi padre te va a dar una espada para pelear con él. Tú no quieras la brillante, quiere la roñosa.
Y al pelearse con el diablo, que era el padre, le cortó una oreja, pero la oreja hablaba y se la metió en el bolsillo.
Y cogió y la llevó a la puerta del pozo y les dijo:
– ¡Tirar!
Y se quedaron sorprendidos al verla tan guapa y les dijo que eran tres hermanas. La segunda con un toro. El toro tenía tres cuernos, uno en medio y los otros a los lados. Con la porra desencantó pegándole en el cuerno del medio. Le dio media pera, y la llevó a la puerta del pozo y dijo… Ya eran dos. La tercera, mató al león y le dio media naranja. Llegó a la boca del pozo y dijo:
– Tirar que terminó mi encanto, ahora aquí me quedo prisionero.
Pero mordió la oreja y le dijo:
– ¿Qué me dices, qué me mandas?
– Que me saques de aquí y me lleves con mis compañeros.
Cuando salió arriba y estuvo con sus compañeros, mordió la oreja y le dijo:
– ¿Qué me dices, qué me mandas?
– Llévame al pueblo del rey y ponme un traje nuevo para ser bien presentao.
Delante del rey le dijo:
– ¿Qué deseas?
– Casarme con la primera de sus hijas.
– No va a poder ser.
Dijo:
– Haré lo que usté me mande.
Y el rey le contestó:
– Te voy a dar una casa por ocho días y si no cumples los tres deseos, no te podrás casar con ella.
Le llevó a la casa, le llevó de comer, de beber y la semana se la pasó durmiendo. El pueblo le iba a ver, pero siempre estaba durmiendo, y, tres horas antes de cumplir su condena, sacó su trofeo, le mordió:
– ¿Qué me dices, qué me mandas?
– Que me cumplas los tres deseos, y que me vuelvas más joven y me saques delante de su majestad.
Su majestad dijo sí y se casó. Se casaron y fueron felices. Y colorín, colorao, este cuento se ha acabao, y colorín, colorete, aquí no dan lo que prometen.
EL ZURRÓN QUE CANTABA
Era una chica que la mandó su madre ir al jardín a cortar unas flores y, cuando llegó a casa, la chica se percató de que había perdido el collar, y la madre la mandó volver al jardín a buscarle.
Cuando llegó allí, se encontró con un mendigo y la preguntó que a qué iba allí. Ella le contestó que a buscar un collar que había perdido; el mendigo la dijo que se metiera en el zurrón y le encontraría. Una vez dentro del zurrón la chica, el mendigo le ató, se le echó a la espalda y se marchó a la ciudad. Para que le dieran limosna, hacía creer a la gente que cantaba el zurrón. Cuando se paraba a descansar, el mendigo decía:
– ¡Canta, zurrón, canta,
o te doy con la palanca!
Al oírlo, la chica que estaba en el zurrón cantaba:
– Por el collarcito de oro
que en el jardín lo dejé,
por mi padre y por mi madre,
en el zurrón moriré.
Cuando llegó la noche, fue a una posada y dijo a los posaderos que tuvieran cuidado de no tocar su zurrón. Cuando el mendigo se acostó, vieron los posaderos que el zurrón se movía, por lo que intentaron abrirle, logrando sacar de él a una niña. Después de coger con cuidado a la pequeña para que no se despertase el mendigo, y, para que al coger el zurrón el mendigo no pensase que habían andado en él, metieron unas tortas de manteca y un gato.
El mendigo, cuando llegó a otro pueblo, empezó a decirle:
– ¡Canta, zurrón, que te pego un coscorrón!
Y el gato decía:
– ¡Miau, miau,
qué rico ha estau!
Y el mendigo volvía a insistir, contestando el gato:
– ¡Miau, miau,
qué rico ha estau!
Y enfadado, decía:
– Cuando llegue a las afueras del pueblo, ¡qué palos te voy a dar!
Cuando llegó por fin a las afueras del pueblo, desató el zurrón y le saltó el gato sobre él; le echó las uñas en los ojos y le mordió la nariz, y el mendigo malicioso se quedó hecho un infeliz.
LAS MONTAÑAS ROJAS
Érase una vez un niño muy pequeño que, el pobre, andando y andando se fue creciendo, mas un día pensó y dijo:
– Yo quisiera irme a las montañas rojas, pero están tan lejos, tan lejos que ¿cuándo podré llegar?
En esto, se le acerca un hada y le dice:
– Chiquito, pues ¿qué te pasa en el camino donde estabas?
– Pues, que me quiero ir a las montañas rojas y no puedo.
Dice:
– Bueno, pues mira, si haces lo que yo te diga, entonces sí llegarás.
– Bueno, pues vaya usté diciendo.
Dice:
– Mira, ponte aquí en medio la carretera, espera que venga un águila muy grande, muy grande; se va a parar delante de ti. Tú súbete al águila. Pero, escucha: procura tener por lo menos tres kilos de carne y, cuando el águila diga “gruah”, le das un trocito; y, cuando te vuelva a decir “gruah”, le vuelves a dar otro trocito, y, cuando te quieras dar cuenta, te va a dejar en las montañas rojas.
Y entonces, pues, él, como no le dijo nada, se montó en el águila y, entonces, cuando el águila hizo “gruah”, le dio un cachito; al poco rato, le volvió a pedir otro poquito, “gruah”, otra vez más p’alante. Cuando ya se quiso dar cuenta, se encontró a lo alto de una montaña, junto a unas rejas muy grandes. Y, entonces, allí, ya el águila se bajó, porque le pidió de comer, y como decía “gruah, gruah”, la carne se había terminao y no podía dar. Bueno, entonces, ya se bajó, pero él, al bajarse y ver esas puertas tan grandes, pues fue muy curioso y se metió pa dentro, y vio una casita muy pequeña y, entonces, en esa casita, que tenía las ventanas de cristal muy bonitas por toos los laos, y él, entonces, se asomó y vio ropa allí de tres niñas, pero él no sabía quién serían ni quién no y dijo:
– ¡Ay!, pues aquí hay alguien.
Y ya miró para la izquierda y, entonces, vio que había un lago muy grande y dijo:
– Pues yo voy allí y me voy a bañar.
Y al irse a bañar, pues se dio cuenta que había tres chicas allí y dijo:
– Ya, la ropa que está ahí en la casita, pues es, claro, de esas doncellitas –dice–, bueno, pues ahora a ver cómo me hago ver, para ver cómo puedo llegar.
Pero esto, ya salió una que tenía el mismo talento de su padre, porque su padre era un ogro muy grande y, entonces, vino y le dijo, dice:
– Pero, oye, tú ¿cómo estás aquí?
Dice:
– Pues nada, vengo en busca de fortuna, en fin, a ver lo que puedo hacer.
Dice:
– Salte de aquí corriendo que mi padre te comerá y luego, después, ya no te podemos decir nada.
Dice:
– Pues no m’he de ir, porque he de quedarme aquí.
Dice:
– Bueno, si haces lo que yo te mande, entonces te salvaré. Pero si no, no podrás salir.
Y era la más pequeñita de las tres. Bueno, pues ya vino y dice:
– Espera que nos vayamos a vestir y, entonces, ya te llevo yo al palacio.
Cogió y le llevó al palacio y, al llevarlo al palacio, le dijo de esta manera, dice:
– Mira, ahora mi padre te dará para beber vino blanco y vino tinto. Tú cógete el blanco, no quieras el tinto y no se lo desprecies, hazle buena cara.
Pues así lo hizo y entonces dice:
– Pues ahora hacerle la cama, no, primeramente a cenar.
Dice:
– Bueno pues vamos a cenar. Mira mi padre nos ha puesto pollo asao; te va dar uno muy doradito, muy doradito, pa que lo comas. No lo quieras, come el otro medio blanco, que es el que está bueno y no pasará nada.
Bueno, pues todo eso lo hizo en compañía de todos y, entonces, ya por la noche, dice:
– Ven, que te voy a acompañar a tu habitación.
La dijo su padre, dice:
– Anda, acompáñale a su habitación.
Conque cogió y le acompañó a la habitación. Dice:
– Mira, tienes que subir una escalera sí, otra no, o sea, en un banzo pones los pies, en el otro no, en uno sí, en otro no, hasta llegar a la cama. Y, por la noche, no te acuestes en la cama; acuéstate en el suelo.
Dice:
– Y eso ¿por qué?
Dice:
– Porque mi padre deja caer las espadas y te atravesará, pero así no te hará nada.
Bueno, pues nada, por la mañana coge el rey y va muy contento a ver al muerto, pero se encontró que estaba vivo, no estaba muerto. Entonces le dijo:
– ¿Por qué has venido aquí?
Dice:
– Pues por esto.
Dice:
– Pues entonces te voy a pedir tres deseos. Si sales con ellos, te casarás con una de mis hijas, pero si no… Bueno, pues cogió y qué hizo; le bajó, le dio de comer, bien, como todos. Dice:
– Mira, uno. Tienes que hacer esto. Con este hacha de papel que te voy a dar y esta sierra de papel, hay que caer todo ese monte, pero le tienes que caer en cinco minutos.
– Imposible de los imposibles– dice él.
Y entonces viene la niña y le mira por un lao, cuando ya vio que su padre se marcha y le dice:
– ¿Qué te ha dicho?
Dice:
– Esto.
Dice:
– Vente conmigo que nos vamos a tumbar allí bajo un árbol y verás cómo está todo hecho.
Y así fue. Se despertó y estaba todo el monte caído.
Y entonces vino y dijo:
– Bueno, pues ahora tienes que hacer otra cosa.
Dice:
– ¿Ha salido bien?
– Pues sí. Bueno, pues vas a ir al río donde ayer has estao bañándote; con esta malla que te voy a dar y todos los peces del río vas a sacar a la orilla.
Pues cogió y se fue al río, y también la niña salió a él.
Dice:
– Mira, que me ha dicho esto, que lo tengo que hacer en cinco minutos.
Dice:
– No te preocupes. Échate a dormir en pie del río, que cuando te despiertes ya está todo hecho. No te vas a estar dormido más de cinco minutos, porque te despierto yo.
Bueno, pues cuando se despertó, estaban todos los peces, que eran peces rojos, cosas muy bonitas, todos puestos al lao del río. Entonces ya vino, dijo:
– Ya tengo dos deseos hechos.
Bueno, pues el tercero. Dice:
– Bueno, ¿qué tal?
– Has salido aprobao de dos, pero a ver ahora el último.
– Bueno, a ver el último, entonces.
Dice:
– Mira, en esa habitación hay una mesa muy grande. En esa mesa tienes que tumbar a mi hija y, con este cuchillo que te doy, la tienes que hacer toda cachitos, cachitos, cachitos…, pero cuidao, ¿eh?, no te olvides lo que estás haciendo, porque luego la tienes que volver a rehacer. Se va a quedar otra vez intacta, si sabes hacerlo. Si sales con esa prueba, tuya será. Bueno, pues el pobre hijo lo tuvo que hacer y le dijo:
– Lo tienes que meter en la olla; cuando vaya a romper a cocer, lo sacas.
Pues cogió y hizo la prueba como dijo el padre, pero se olvidó del dedo gordo de un pie, se pasó un poquitín de los cinco minutos, en que lo pudo hacer y ya le faltó ese dedo. Y entonces el viejo dice:
– Bueno, aquí ya tengo una muestra.
Porque ya ella le habló y todo, como que no había pasao na.
Pero ese rey tenía tres caballos, tenía el del viento, el del pensamiento y el de acero; o sea, que los tres veloces.
Bueno, entonces al ser así, dice:
– Pues nada, como veo que has aprobao los tres, no tengo más remedio que darte una hija, la que tú quieras, pero te tengo que poner a prueba con las tres juntas.
– Sí, sí, como usté quiera.
Pues, en vez de agarrarla por así o por donde fuera, la agarró por los pies; cuando vio que faltaba el dedo, dice:
– Es ésta.
Y entonces se vio a la niña. Entonces dice el rey:
– Pues no te la puedo dar.
No se la podía dar porque tenía el mismo talento que su padre, y el padre, claro, no quería perderla porque era su guía y dice: – Ésa, imposible.
– Pues es la que quiero.
Dice:
– Pues no puedo.
Le hizo una señal ella, dice:
– Mira, déjale, que ahora vamos a coger el caballo del viento.
Se cogieron el caballo del viento; cuando miran p’atrás, dice:
– Oye, que viene mi padre.
Venía con otro caballo su padre y llegan y dice él:
– Entonces, ¿qué hacemos?
Dice:
– Mira, uno la viña y otro el que está arreglándola.
Dice:
– Tú vas a ser el que estás arreglando la viña, y, cuando mi padre te hable, le contestas.
Conque llega y, claro, dice:
– Oiga, ¿ha visto usté por aquí una pareja montaos en un caballo?
Dice:
– No, señor, que estoy cavando mi huerta y yo no he visto a nadie.
Dice:
– Entonces, ¿cómo la voy a encontrar ahora, ahora sí que estoy perdido.
Se marchó, pero mientras, en ese tiempo, ella cambió el del pensamiento, que era todavía más avanzao que el del aire. Bueno, mira otra vez p’atrás y que ven que viene su padre. Dice:
– Oye, que nos sigue otra vez mi padre, estamos cogidos. Dice –pues vamos a correr, vamos a correr y hala.
Y ella veía que el padre ya les cogía y dice:
– Oye, que vamos a hacer un río, un caballo va a ser el puente, nosotros vamos a pasar por él y el otro va a ser el río, que corra el agua –dice– y él, como no va a poder saltar, porque al otro lao con el otro le vamos a hacer un fuego.
Pues ya se quedó en este lao, el padre ya no pudo pasar y, entonces, ya un caballo fue el cura, el otro el sacristán y ellos fueron los novios que se casaron, vivieron felices y a mí me dieron con el plato en las narices.
UN PADRE Y UN HIJO SE COMEN LA ASADURA DE LA MADRE
Se murió la madre y el padre y el chico, que eran muy pobres y tenían mucha hambre, abren a la madre antes de meterla en la caja, y le sacan los riñones, y los asan y se los comen. Entonces, a la señora la entierran y al día siguiente oyen una voz muy lejana, una voz conocida, porque era de la madre, que les dice:
– ¿Dónde está mi asadura? [Con voz fuerte y quejumbrosa].
Y dice el padre al hijo:
– Es la voz de tu madre; es la voz de tu madre que viene a por la asadura. [Con voz asustada].
Y dice:
– ¿Dónde estás?
– En el cementerio. [Con voz cavernosa].
– ¡Ah, bueno! Si está en el cementerio, menos mal.[Con voz de alivio].
Pero, de repente, suena otra vez la voz, más cerca:
– ¿Dónde está mi asadura?
Y el padre dice al hijo:
– Es tu madre, es tu madre, que viene a por la asadura.
¿Dónde estás?
Dice la madre:
– Estoy en el camino del pueblo.
– ¡Ay, Dios mío! Ya está más cerca.
Entonces otra vez la voz se oye:
– ¿Dónde está mi asadura?
Y dice el padre:
– ¿Dónde estás tú, donde estás?
Y dice:
– Estoy a la puerta de casa.
Y entonces dice el padre:
– Vámonos a la cama, hijo, vámonos a la cama, que es tu madre que viene a por la asadura.
Y entonces se meten en la cama y, de repente, la voz otra vez:
– ¿Dónde está mi asadura?
– Nosotros no la tenemos; nos la hemos comido.
– ¿Dónde está mi asadura?
– ¿Dónde estás tú?
– Estoy debajo de la cama.
Les da un susto y se mueren los dos.
LOS CAZADORES Y EL CHAVAL
Pues una vez eran dos cazadores y aburridos de que entodavía no habían visto nada con la escopeta y el perro, p’aquí, p’allá, p’aquí, p’allá, pues nada. Conque ya se encuentran con un chaval que estaba cuidando las ovejas en una ribera de un río, y le dice el compañero al otro, le dice:
– Oye –dice– ¿Quies que vayamos un poco a reírnos de aquel chaval que hay ahí abajo con las ovejas esas?
– Ten cuidao, ten cuidao, no creas que nos vamos a reír de él y se ría él de nosotros.
– ¡No jodas, hombre! ¡No, hombre! Vamos p’allá.
– Pues vamos p’allá.
– ¡Eh, chaval!, –dice– mira que toda la mañana por ahí y que no hemos visto nada, ni hemos disparao nada.¿Dónde echaríamos una liebre, sabes tú?
– Sí.
– Dinos dónde.
– En mi morral, que está vacío.
¡Ay la Virgen! ¡Que la echaría allí si la tuvieran los cazadores! Se miran el uno al otro y dice:
– ¿Qué? ¿No te decía yo?
– El caso es que nos pasa lo siguiente: queríamos pasar el río éste y no vemos medio.
– ¡Eso es muy fácil! Se hacen ustedes un puente, pues por aquí mismo.
Se miran otra vez el uno al otro y dice:
– No te decía yo que se reía de nosotros.
Ya salta cabreao uno y de mala leche, de mala hostia, y dice:
– ¡Oye, chaval! ¿Para ir al coño tu madre, por dónde iríamos mejor?
– ¡Más fácil todavía! Se montan en la picha de mi padre y los lleva todo derecho.
SU MAJESTAD ES-COJA
Había una vez una reina que era coja, y los criados no se atrevían a llamarla “coja”. Entonces, entre ellos, hicieron una apuesta a ver cuál de ellos la llamaba coja y uno de ellos dijo:
– Vale, yo la llamo.
Fue y cogió un ramo de flores en el jardín y se le fue a llevar a la reina. Entonces la dijo:
– Su majestad escoja, es coja su majestad.
Y la reina cogió una flor y así el criado la llamó coja.
QUEVEDO LLAMA COJA A LA REINA
Quevedo se juntó con unos amigos y les dijo, dice:
– ¿A que llamo a su majestad la reina, la llamo coja?
Y dicen:
– ¡Bueno! ¡Coja la vas a llamar!
Dice:
– Pues sí, verás.
Y fue Quevedo, compró un ramo de rosas y claveles y se fue a palacio, y pidió audiencia para ver a su majestad la reina. Y ya se la presentaron y salió la reina y fue Quevedo, se arrodilló delante de ella y dijo:
– Majestad, entre claveles y rosas, su majestad escoja.
EL REY Y EL PASTOR
El rey le dijo a un pastorcillo, dice:
– ¡Coño! los pastores que dicen que sabís mucho, a ver si sabes cuántas horas tarda el sol en dar la vuelta a la tierra.
Y le dijo el pastor:
– ¿Eso no sabe usté? Claro que lo sé, veinticuatro horas tarda en dar la vuelta al mundo el sol.
– Bueno, bueno, eso está bien (porque le vemos que se pone y a las 24 horas sale por allí, ha dao la vuelta, le vemos que se pone po allí y luego sale otra vez puallí…).
– Bueno, y ¿cuántas arrobas pesa la luna? Eso también lo sabrás.
– Sí, hombre, ¡cómo no voy a saber! ¿Usté tampoco sabe eso? Dice: – No, no.
– La luna pesa cuatro arrobas.
Dice:
– ¿Por qué pesa cuatro arrobas?
Dice:
– Porque tiene cuatro cuartos y cada cuarto pesa una arroba: cuarto creciente, menguante, luna llena y cuarto creciente (sic).
– Bueno, bueno, está bien.
Y dice:
– Ahora, vamos a ver, y ahora ¿cuánto valgo yo? A ver si sabes lo que valgo yo.
Dice:
– Usté no vale pa nada.
– Pero, hombre, ¿cómo me dices eso? Te vua llevar a la cárcel. Pero al rey dices que no vale pa nada.
– No señor; porque usté, si se muere, deseguida ponen otro y ya usté no vale pa nada.
RESPUESTAS AL JUEZ
Una vez había un señor condenao a cadena perpetua y tenía una chica, pues más o menos así… y, claro, la avisaron para…, porque el juez le dijo que si acertaba cuál era lo que más calentaba, lo más verde y lo más duro, que se salvaba, que si no, pues que no, que no se salvaba.
Y fue la chica con su padre a ver qué pasaba. Conque ya va y dice el juez:
– Vamos a ver: ¿Cuál es lo más verde que hay?
Y el hombre piensa que piensa, piensa que piensa y dice:
– El mes de mayo.
Dice el juez:
– Muy bien, muy bien, ya veis que está todo verde aquí. Vamos a ver –dice– ¿y lo que más calienta?
Piensa que piensa, piensa que piensa y a la chica la llevaban los demonios, “¡Pero este hombre, pero tal que si no lo dirá!”. Conque ya se le ocurre y dice:
– Hombre, lo que más calienta –dice– para mí, mire usted –dice– yo creo que es el sol.
– Pues sí señor, el sol. ¡Bueno! Pues ahora, vamos a ver: ¿Y lo más duro?
Se queda piensa que piensa. Ya pasaron dos o tres minutos y que no. Y ya la chica se decide y dice:
– ¿Es igual que lo diga yo que mi padre?
– Con tal de que lo digan y acierten –dice.
¡Hala! pues lo dice:
– Mire usté, señor juez, lo más duro que hay es la picha de mi padre, que lleva treinta años jodiendo y no se le ablanda.
LOS GALLEGOS Y EL CARRO DE PAJA
Unos gallegos fueron a robar paja y se tiran por un bocarón a robar. Y dice:
– Mira a ver tú, mira a ver.
Se tira ya uno y dice:
– ¡Ay, ay, ay! Dice el de arriba:
– ¿Hay palla o no hay palla?
Dice:
– ¡Un carro!
Creía que era un carro de paja. Y se tiró el segundo.
– ¡Ay, ay, ay!
– ¿Hay palla o no hay palla?
– ¡Un carro!
Y se tiró el tercero, igual. Y todos se mataron los pobres gallegos.
LOS GALLEGOS Y LAS MORAS
Eran unos gallegos que fueron a comer moras y se pusieron moraos, y sienten ruido y pasos:
– Mira, que vienen. ¿Dónde vamos, dónde nos subimos?
– Al árbol, al árbol.
Y se suben a un árbol los dos. En esto que llegan los ladrones a repartirse el dinero que habían robao y se sientan en el mismo árbol que estaban los gallegos.
– Toma, esto pa ti, esto pa ti, esto pa ti.
– Y ¿pa mí? –dice uno de los gallegos.
– ¡Ah! Pero estás ahí, ¡baja, baja!
Y fue y le mataron. Dice:
– ¡Ay, qué sangre más roja tiene!
Y dice el otro que había quedao:
– Es que ha comido moras.
– ¡Ah! Pero estás tú también ahí. ¡Baja, baja!
Y le mataron también.
EL CURA Y EL CRISTO
El cura andaba pidiendo, que se había quedao sin Cristo en la iglesia, andaba pidiendo a los feligreses pa comprar un Cristo. ¡Bueno!, total que se gasta los cuartos en putas, y dice a uno allí en el pueblo:
– ¿Quiés hacer de Cristo en la procesión de mañana?
– ¡Sí, ah!
Le ponen allí sentado, tucu, tucu, tucu… la procesión.
¡Cuhete pallá! ¡Pom, pom! ¡Cuhete pacá! ¡Cuhete pallá! Andar, andar. Le dan ganas de mear.
– ¡Señor cura, que me meo! ¡Señor cura, que me meo!
– ¡Hombre, por Dios! ¿Cómo vas a poder mear? Bueno, puede que sí.
Y se arriman un poco los del ayuntamiento y el cura le saca el… y mea. Pero lo cojonudo es luego, lo otro, más alante, andar, andar, y venga cuhetes, y venga la música, tucu, tucu…
– ¡Que me cago, señor cura, que me cago!
– ¡Huy! Eso sí que es muy difícil, eso no lo puede hacer, hombre.
Y ya pues tanto le obligaba, dice… manda el cura parar la procesión:
– ¡Alto! Queridos feligreses, bastante tiempo os habéis cagado vosotros en Cristo. Ahora se va a cagar Cristo en vosotros ¡Vivo!
Se bajó los pantalones y cagó.
EL AMA DEL CURA
Esto era el cura y el ama, y to los días, cuando se iban a echar la siesta, tenía un sobrino, y l’ama pues muy lista, abría la puerta de la cuadra para que la burra se fuera a comer a los trigos y to los días:
– ¡Chico! –le decía su tía, dice– vete a ver la burra –dice– porque ya se ha escapao.
Y en esto que el chico se caló algo, dice:
– Que ya se ha ido la burra, –dice– me voy a por ella.
Dice:
– Pues, hala, vete.
Y en vez de ir a por la burra, se metió debajo de la cama y resulta que, cuando están en todo el jaleo, dice ella:
– ¡Ay! Veo el sol. –Dice– ¡Ay! Veo las estrellas Sale el chico de debajo de la cama y dice:
– ¡Tía puta! Y ¿la burra no la ves?.
YO TRES Y TÚ DOS
Eran unos viejos, un matrimonio ya mayores, que se pusieron a cenar y la señora decía:
– Pa mí tres y pa ti dos.
Y el hombre decía:
– ¡Mujer! Que yo soy la cabeza de familia, y pa mí tres y pa ti dos.
– Pues no, pues para mí tres y pa ti dos.
Y de esa ruta estuvieron hasta que ya y eso… y el hombre como no cedía porque decía que él era la cabeza y que tenía que cenar tres y ella dos, y como no cedía, ya dijo la mujer:
– Pues me muero.
– Pues muérete.
Y se hizo la muerta la mujer, y ya “que se había muerto la mujer”, y la gente pues iba entrando y se decían unas a otras:
– Pues parece que…, mira qué cara tiene, como que no está muerta, mira qué cara tiene como que no está muerta ella.
Pero iba el marido y se ponía al oído de ella y la decía:
– Pa mí tres y pa ti dos.
Y creían que iba a besarla o que iba a quererla, porque la gente decía:
– ¡Mirai lo que la querrá! ¡Fíjate! ¿Qué la dirá al oído?
Y de cuando en cuando volvía y decía:
– Pa mí tres y pa ti dos.
– No, pa mí tres y pa ti dos.
– Mira, que ya viene la…, que te van a meter en la caja.
– Si me meten que me metan.
Se lo decía al oído:
– Mira, que ya viene el cura. Pa mí tres y pa ti dos.
Y a la mujer no había quien la sacara del “pa mí tres y pa ti dos”. Y ya, pues se iban p’al cementerio. La cogieron y la llevaron al cementerio. Y, cuando ya la van a meter, pues dice:
– Mira, que ya te van a meter, que te meten en el hoyo; pa mí tres y pa ti dos.
Y dice:
– No, pa mí tres y pa ti dos.
Y ya, de enfadao que estaba el señor, dice:
– ¡Cómete toos los cinco!
Y echaron a correr los enterradores que allí había, que eran cinco, porque creían que eran ellos a quien decía, que como dijo que eran cinco, pero el hombre lo decía por los huevos, y… hala, echaban a correr todos. Y cuando llegaron a casa, quien se estaba comiendo los huevos era el gato, que se dio un banquete de cinco huevos, y este cuento se acabó.
LA MUJER DEL SACRISTÁN Y SAN ANTONIO
Esto era una vez un cura que estaba liao con la mujer del sacristán. Y resulta que ya no sabía qué hacer para que no los viera el marido y poder pasarlo bien. Total, que fue un día y se puso a rezarle a San Antonio y a pedirle que qué le harían a su marido para que se quedara ciego y así poder pasarlo bien con el cura. El sacristán, que los oyó, se cogió, al día siguiente, y se puso detrás del santo. Y fue la mujer y le pidió a San Antonio:
– San Antonio bendito, ¿qué le daré a mi maridito para que se ponga ciego?
Y el sacristán, que estaba detrás de San Antonio, dijo:
– Jamón y huevos; jamón y huevos.
Total, que la mujer del sacristán, todos los días, le ponía a su marido jamón y huevos pa comer, pa cenar, pa desayunar. El sacristán, muy pillo, dice:
– ¡Huy, mujer! No sé qué me pasa en este ojo, pero veo poco.
Seguía dándole lo mismo y a los pocos días:
– De este ojo veo poco, mujer. ¡Me estoy quedando ciego!
Y así, pues, el cura iba a casa del sacristán, como el marido estaba ciego, claro, no se daba por enterao. Total, que un día llega el sacristán, y tenía un hijo de nueve años, y le dice:
– Hijo, trae la escopeta, que me estoy quedando ciego y te voy a enseñar a tirar, para que puedas ir de caza.
Coge la escopeta y dice:
– Mira, hijo, las perdices hay que tirarlas al vuelo, los conejos al salto, las liebres a la carrera, y a la cabeza de los curas, de esta manera, ¡pum!, y le mató.
SANTA TERESA Y EL PAJARITO
Antiguamente decían que Santa Teresa quería ser confesora como los curas, y para ello rezaba a Dios todas las noches. Una noche que rezaba, Dios se le apareció y la dio una cajita y la dijo que, si no la abría en tres días, la permitiría confesar.
Pero tanta curiosidad tuvo Santa Teresa que la abrió antes de tiempo. Dentro de la caja había un pajarito y se escapó. Al tercer día, Dios vino otra vez y le dijo:
– Tú, Teresa, no puedes ser confesora, porque antes de los tres días los descubrirías.
PIDE MARIDO AL CRISTO
Una mujer iba todos los días a la iglesia y delante del Santo Cristo le pedía:
– Santo Cristo bendito, da a mi hija un buen maridito.
El sacristán, que veía lo que hacía esa mujer a la misma hora todos los días en la iglesia escondido detrás de una cortina, después de que la señora hacía la petición, él contestaba:
– ¡Bueno!
Y así todos los días, hasta que su hija se casó. Pero tuvo la desgracia de que su marido era feo, borracho, vago y malo, y de que la tratara muy mal. Entonces, su madre, al ver esto, volvió a la iglesia y, delante del Santo Cristo, decía:
– Patazas, manazas, cara de cuerno; según tienes la cara, me has dado el yerno.
TÚ PAGAS
Llegaron tres a una posada sin dinero y, al pagar, los tres hacían como que la querían pagar, y, al final, para decidir quién de los tres pagaba, acordaron tapar los ojos a la posadera y al que ella tocara, pagaría. El resultado fue que, cuando la taparon los ojos, los tres escaparon y al que fue a tocar fue a su marido y dice:
– Tú pagas, (pensando que era uno de los huéspedes), y el marido dijo:
– Pagamos los dos.
LOS AMIGOS
Unos gallegos fueron a tomar un aperitivo, eran muy amigos; dice:
– Vamos, yo pago ¿eh?, yo pago.
– ¡No, hombre, no! Pago yo.
Ya el cantinero dice:
– Pues miren, es tanto. Tiene que pagar uno.
– ¡No, hombre, yo pago!
– Pues miren: pónganse con la cabeza pa abajo ahí en esos tinos y el que levante la cabeza primero, aquél paga.
Y se ahogaron los tres.
EL TÍO PERICO
Era un hombre pobre muy aficionado a la bebida, y todas las tardes se iba al bar y, allí, había dos señores bastante pudientes, que a él le daba mucha envidia que ellos pudieran ser más que él. Y un día tuvo una ocurrencia de decir que había comprao un burro y que ya no les tenía envidia porque cagaba onzas de oro. Los otros, como tenían dinero y les llevaba mucho la avaricia esa, pues:
– Véndanosle usté.
– ¡Bah, no faltaba más! Les voy a vender el burro que va a ser mi felicidad.
– ¡Nada, nada, nos le tiene usté que vender! Bueno, pues dos por tres, les pidió mucho más de lo que valía y se lo dieron. Le llevan a la cuadra, esperando que hiciera del cuerpo el burro, y que no salía ninguna onza de oro.
– ¡Bueno, pues este tío nos ha engañao!
El hombre, ya con temor de que iban a irle a buscar, pues le dijo a la mujer, dice:
– Mira, vete a la plaza y compras dos panzas de cordero; una la pones para cenar, pero la otra te la pones tú así, al vientre.
Y, efectivamente, por la noche llegaron los otros dos a su casa y ya había venido del campo.
– Tío Perico, venimos a…
Y él se hizo el borracho y la mujer:
– ¡Qué habrás hecho, sinvergüenza! Y que tal y qué sé yo.
– Calla la boca que te tendrá mejor cuenta.
La decía a la mujer, y la mujer, como todas las mujeres, no se callaba. Total, que saca la navaja y ¡pam!, la metió un navajazo en la barriga y la mujer se cayó p’atrás.
Los otros:
– ¡Huy, tío Perico! Si nosotros no venimos a esto, si na más venimos a reprenderle que nos había usté engañao y que…
– ¡Bah! ¿Os asustáis por esto? ¡Nada, hombre, nada! Veráis… Sacó un chiflato, purrruuu, rruuu, y se levantó la mujer.
– ¡Nos tié usté que dar el chiflato!
– ¡Bah, mia que sois antojaos! Pues no, hombre, si es que yo con esto me defiendo bien.
– ¡Na, na, que nos dé el chiflato! Pues, dos por tres, chiflato que se llevaron pa casa.
Bebieron en el bar, cuando llegan a casa, las mujeres, pues a cargar con ellas. El que tenía el chiflato la pegó una navajada y mujer panz’arriba pa siempre. Venga a tocar el chiflato y que no. El otro, como la había matao también, pues estaba esperando a que viniera el día pa ir a llamar al otro; y, cuando fue el día, fue a por el silbato y venga a tocar el silbato y que no.
– ¡Pues esto no tiene solución!
Pero el tío Perico había comprao dos liebres, vivas, y una la tenía atada a la pata la cama y la otra se la llevó al majuelo, y la dijo a la mujer:
– Cuando vengan a buscarme, dices que estoy en la viña, y que no, que no te molesten.
Conque llegaron allí y:
– ¡Bueno, aquí no tiene usté salvación; ya nos tiene usté negros! Porque tal, porque cual…
– ¡Huy, hombre! Dejarme despedir de la mujer, que pa la última noche, siquiera cenar con ella… y qué se yo. –Dice– voy a mandar la liebre esta pa que la dé razón.
Ya había quedao con la mujer en la cena que tenía que poner: arroz y patatas; y era lo que cenaban todas las noches. Conque le manda la liebre con la razón. ¡Sí, la liebre se marchó al monte! Bueno, llegaron a casa y le dejan de la mano y, efectivamente, arroz y patatas y la liebre atada a la pata la cama.
– ¡Nos tie usté que vender la liebre!
– ¡Pero mira que sois antojaos; también os voy a vender la liebre!
Bueno, pues también se entendieron y se llevaron la liebre pa casa. Se salieron por la mañana sin chaqueta, sin merienda ni nada, al campo. Uno no tenía tabaco, dice:
– ¡Anda, marcha a por tabaco!
Sí, marchó a por tabaco; marchó un poco lejos la liebre.
Total que ya dice:
– Bueno, pues ya no hay más remedio que ahogar a este tío, porque no pue ser. ¡A tirarle al río! Le metieron en un saco, el hombre era muy pequeño, y le ataron la boca. Pasan por una tasca, dejan el saco a la puerta y se metieron ellos a tomar el aguardiente. Pero había un pastor allí que estaba cuidando las cabras y sintió que el hombre decía:
– ¡Aaay, aaay! Y se asoma al saco por curiosidad y dice:
– ¿Qué le pasa a usté, buen hombre?
Dice:
– Que me llevan a ser rey y yo no lo quiero ser.
– Pues lléveme usté a mí.
Dice:
– Pues desata.
Desató el saco, se metió el muchacho y él a cuidar las cabras. Llegaron al río, cogieron el saco y, ¡pumba!, al río.
– ¡Hala, otra vez a casa!
Y según venían, en el camino, dice uno al otro:
– Mira, que es aquel el tío Perico.
– ¡Vamos! Es un crío.
– Que te digo que es el tío Perico.
Conque ya llegaron allí y, efectivamente, el tío Perico.
– Pero, hombre, tío Perico, si le acabamos de tirar al río y ahora…
– ¡Oooh! Me habéis tirao a la orilla y he sacao cabras; si me tiráis al medio, saco vacas.
– Pues venga usté con nosotros y me tire a mí.
Tiró a uno y no salía, y no salía, y dice el otro:
– ¿Cómo tarda tanto?
– Es un ansioso; está buscando las vacas.
– Pues tíreme usté a mí pa ayudarle.
Colorín, colorado, el cuento se ha acabado.
LOS GUIJARROS DEL ARROYO
Un soldao vino de la guerra muy hambriento, llega a un pueblo y entra en la posada, la única posada que había en el pueblo. Y entonces le dice a la posadera:
– ¡Por favor, me pone usted algo de comer!
Y la posadera le dice que no tiene nada.
– ¡Por favor! Pero ¿no tiene nada para darme de comer?
– No, no.
– ¿Y tampoco tiene sopa de guijarros de arroyo?
Entonces la señora dice:
– Pero cómo se va a comer usted eso, los guijarros no se comen.
Dice:
– Sí, es que yo sé hacer una sopa con guijarros de arroyo. A ver, ponga usted al fuego una cazuela, échele agua; ahora, cuando esté hirviendo, le pone unos guijarros; ahora, échele un poquito de ajo, un chorrito de aceite, dos tacos de jamón y un poco de pan. Cuando esté todo hervido, ya me lo como yo.
Entonces, cuando estuvo toda la sopa hecha, el soldado separó lo guijarros y se comió la sopa.
FUEGO
Señor amo, baje del alto de San Sebastián, deje la prójima nostra, calce las tiras viras, ponga los alberitates, que viene el que lleva los rates por las excelencias con la alegría al rabo, y, si la abundancia no nos favorece, se nos quema la chiviritaina.
Te lo voy a explicar: San Sebastián es la cama, la prójima nostra, la criada; las tiras viras, las zapatillas; los alberitates, los pantalones; el que lleva los rates, el gato; por las excelencias, las escaleras; con la alegría al rabo, el fuego; la abundancia, el pozo y chiviritaina, la casa.
A LOS POBRES SIEMPRE NOS TOCA EL DE LOS OJOS GRANDES
Iban un padre y un hijo por el camino y se encontraron una perdiz y un mochuelo. Van a repartir y el padre dice:
– Pa mí la perdiz y pa ti el mochuelo.
El hijo se queda así y dice:
– ¡Jo! Eso no vale.
Y dice el padre:
– Bueno, pues pa ti el mochuelo y pa mí la perdiz.
Y dice:
– ¡A mí siempre me toca el de los ojos grandes!
Por eso, lo de “a los pobres siempre nos toca el de los ojos grandes”.
EL GRILLO
Era un señor que se había empeñao en no trabajar y no trabajaba. Se pasaba el rato en los bares por la noche y haciendo fechorías para sacar pa vivir, porque ¿de qué iba a vivir? Y ya se le ocurrió un día coger una caballería de uno de los de la peña y llevársela al monte donde no supiera nadie dónde estaba.
– Le han robao el burro, le han robao el burro.
– Pues, si me dais diez duros, yo te digo dónde está.
Le dieron los diez duros y apareció el burro.
– ¡Huy!, pues éste es adivinador.
Se corrieron las voces por allí, por toda la región, que era adivinador, y, en ese tiempo, se le pierde a la reina una niña.
– ¡Buscar al adivinador! ¡Fíjate qué apuros! Y le dieron tres días de tiempo para que la encontrase. Le encerraron en una habitación que daba una ventana a la calle, y todo el día él estaba diciendo:
– Tres de los tres.
Tres días de los tres que le habían dado.
– Tres de los tres.
Y pasan por allí unos militares y oyen eso y dicen:
– Ya lo sabe este tío. Mirar, mañana sólo pasamos dos.
Como se había pasao un día, pues:
– Dos de los tres.
– Pues ya lo sabe. Pues mañana pasamos sólo uno.
Pasaron uno sólo y dice:
– Uno de los tres.
Se asoma a la ventana y dice:
– Oiga, tenga usté la niña, pero no diga que…
– No, a mí no me la deis. Métela en un trozo de pan, de meollo, y se la dais al ganso que está a la entrada de la puerta.
Efectivamente, se la dieron al ganso. Llegó:
– Bueno y ¿qué pasa con la niña?
– Pues miré usté, no la ha cogido nadie; la ha comido, la ha tragado el ganso.
Mataron el ganso, le sacaron el chisme, ¡bueno!
– Pues ahora tiene usté que quedarse con nosotros a vivir.
Él lo que quería era marcharse porque estaba en peligro; y ya le dieron que eligiera oficio, o lo que quisiera, y eligió sargento del ejército. Bueno, conque ya se corrieron las voces que era un pinta y que era un… Pues, un día, se fueron a instrucción, llegaron al campo, hicieron la instrucción que tenían que hacer y el teniente dijo:
– A discreción, descanso.
Y cada uno se puso por un sitio en grupos a parlar y esas cosas. Y uno de los muchachos encontró un grillo en la pradera y dijo:
– Vamos a ver este tío si es que es adivinador o qué es.
Ellos no sabían que le llamaban eso ni mucho menos; a él en su pueblo le llamaban “grillo”. Conque se reúnen cuatro o seis, le rodean y dicen:
– Bueno, vamos a ver. ¡Usté es un pinta y un sinvergüenza! A ver si aciertas lo que tengo en la mano.
Entonces el hombre, como se vio tan azorado, dice “me van a pegar una paliza” y se echó mano a la cabeza y dice:
– ¡Grillo, grillo, qué apurao te ves!
Y se salvó.
EL GITANO SE CONFIESA
Un gitano se quería confesar antes de marcharse a la feria, pero la iglesia estaba cerrada y llamó a la casa del señor cura. La madre del señor cura se lo comunicó a éste y la dijo que, si sólo era para confesarse, que subiera a su habitación y le confesaría. Cuando subió el gitano descalzo, se encontró que estaba dormido y se puso los zapatos, que estaban como nuevos. Llamó y empezó la confesión.
Cuando llegó al séptimo mandamiento, dijo que había robado unos zapatos. Le recomendó que se los diera a su dueño y contestó:
– Se los doy y no los quiere.
– Pues quédese con ellos, –dijo el cura.
Y se marchó a la feria con zapatos como nuevos y a la medida.
EL CURA DE CANTALPINO
El cura de Cantalpino fue a decir misa y, luego, al sermón, empezó a predicar y decía:
– Yo soy de Cantalpino, nací en Cantalpino, vivo en Cantalpino y soy de Cantalpino. Y Cantalpino, Cantalpino, qué ricas están las berzas con el añejo tocino.
Se acabó el sermón y la gente decía:
– ¡Tiene un piquito de oro!.
LAS BRUJAS Y EL SEÑOR PAULINO
Esto era una congregación de brujas que se reunían en ciertos sitios para hacer lo que a ellas bien las convenía.
Y una noche estaban reunidas y les dijo una a las otras:
– ¡Venga! Decid conmigo:
Sin Dios y sin Santa María,
por esta chimenea arriba,
vamos a ir a comer,
a la bodega del señor Paulino,
chorizos y beber vino.
Ellas fueron, le comieron los chorizos, le bebieron el vino y, después de que estaban ya bien templadas, se salieron de allí y se fueron para su destino.
SAN SEBASTIÁN
Era un señor en un pueblo que crió un almendro, y aquel almendro no daba almendras. Y el día de la fiesta del pueblo, la fiesta del pueblo era San Sebastián, empezó el cura del pueblo:
– San Sebastián, no vino San Sebastián, que nadie le protege, que nadie sufre… Y estaba uno por debajo del púlpito que decía:
– San Sebastián, San Sebastián, del pesebre de mi burro eres hermano carnal.
Ya el cura se cabreó, le llamó y dice:
– Vamos a ver: ¿por qué dice usté eso de San Sebastián?
Dice:
– Porque sí, porque es hermano del pesebre de mi burro.
–Dice:
– Treinta años le crié,
fruto de él no cogí,
y el milagro que él haga,
que me lo claven a mí.
Y era que a San Sebastián le habían hecho del mismo tronco del pesebre.
DÓRMILIS, DÓRMILIS
Estaba dórmilis, dórmilis,
debajo de pínguilis, pínguilis,
vino ráspilis, ráspilis,
y llevó a pínguilis, pínguilis,
y dejó a dórmilis, dórmilis.
Que quiere decir que era un señor que estaba dormido debajo de un peral, porque lo estaba cuidando, pero vino el ladrón y le quitó las peras y lo dejó durmiendo.
ESTABA DOS PIES
Era una vez
estaba dos pies
arriba tres pies
comiendo un pie.
Vino cuatro pies
y le quitó el pie.
Se levanta dos pies
agarra tres pies
le da a cuatro pies
y le quita el pie.
Esto quiere decir que estaba dos pies que era un hombre, comiendo un pie que era un pie de cerdo, arriba tres pies que era un taburete de tres patas. Vino cuatro pies, que era el gato y le quitó el pie, y por eso dice que se levanta dos pies, agarra tres pies y le da a cuatro pies y le quita el pie.
LOBÍN SE LLEVA A RONQUÍN
Estaba pinguín que pingaba,
abajo ronquín que roncaba,
vino lobín que lobaba,
y llevó a ronquín que roncaba,
y dejó a pinguín que pingaba.
Que quiere decir: estaba pinguín que pingaba que era un árbol de bellotas, ronquín que roncaba que era un cerdo; lobín que lobaba que era el lobo, vino a coger a ronquín que roncaba y dejo a pinguín que pingaba que eran las bellotas.
LAS DOCE PALABRAS SANTAS
En Segovia, antes de construir el acueducto, había que ir a buscar agua a un arroyo. Al atardecer, una moza fue a por agua y se encontró a un joven; este joven era el demonio pero ella no lo sabía. Empezaron a hablar, la decía que cómo iba a por agua tan lejos si él podía construir un canal que se lo llevase hasta casa, pero a cambio la pidió el alma.
Ella, al pedirla el alma, se da cuenta que es el diablo y no quiere hacer el pacto. Entonces el diablo la puso una condición: que, si quería ser libre, tenía que decir las doce palabras santas, dichas y perdonadas, antes de la media noche. La joven empezó a decirlas:
La una, la Virgen María que parió en Belén y quedó pura.
Las dos, las dos tablas de Moisés. La una la Virgen que parió en Belén y quedó pura.
Las tres, las tres Marías. Las dos, las dos tablas de Moisés. La una, la Virgen que parió en Belén y quedó pura.
Las cuatro, los cuatro evangelistas. Las tres, las tres Marías. Las dos, las dos tablas de Moisés. La una, la Virgen María que parió en Belén y quedó pura.
Las cinco, las cinco llagas. Las cuatro, los cuatro evangelistas. Las tres, las tres Marías. Las dos, las dos tablas de Moisés. La una, la Virgen María que parió en Belén y quedó pura.
Las seis, las seis candelarias. Las cinco, las cinco llagas, las cuatro…
Las siete, los siete coros. Las seis, las seis candelarias, las cinco…
Las ocho, los ocho gozos. Las siete, los siete coros, las seis…
Las nueve, los nueve meses. Las ocho, los ocho gozos, las siete…
Las diez, los diez mandamientos. Las nueve, los nueve meses,…
Las once, las once mil vírgenes. Las diez, los diez mandamientos,…
Las doce, los doce apóstoles. Las once, las once mil vírgenes,…
Y cuando terminó de decirlas, el demonio se quedó asombrado, pues no creía que fuese capaz de decirlas, y se cree que fue un ángel quien la ayudó. Entonces, dieron las doce y el demonio se quedó sin poner la última piedra del acueducto, y por eso está sin poner.
MI ABUELA TENÍA UN GATO
Voy a contar un juego que hacía yo con mi hermano, que es el siguiente. Yo hacía muecas cuando me preguntaba mi hermano y él cuando lo hacía yo.
Mi abuelita tenía un gato con las orejas de trapo y el culito de papel, ¿quieres que te lo cuente otra vez?
Y mi hermano decía:
– ¡Calla, no hables!
Y yo contestaba:
– No me digas calla, no hables. Que mi abuelita tenía un gato con las orejitas de trapo y el culito de papel, ¿quieres que te lo cuente otra vez?
Y él decía:
– ¡Mire, madre!
Y yo contestaba:
– No digas mire, madre. Que mi abuelita tenía un gato con las orejitas de trapo y el culito de papel, ¿quieres que te lo cuente otra vez? Y así seguíamos hasta que nos cansábamos.
EL GALLO QUIRICO QUE IBA A LA BODA DE SU TÍO FEDERICO EL CHICO
Esto era un gallo que iba a la boda de su tío Federico el Chico. Iba andando por un camino, llevaba mucha hambre y se encontró con un cagajón con mucho trigo y dice:
– Si pico, me unto el pico; y si no pico, me quedo con las ganas y sigo pasando hambre.
Total, que el gallo fue y picó y, claro, se llenó el pico de mierda. Siguió andando y se encontró con una malva, y le dice:
– Malva, límpiame el pico, que voy a la boda de mi tío Federico el Chico.
Y no quiso. Siguió andando y se encontró con una oveja, y le dice:
– Oveja, come a la malva, que la malva no quiso limpiarme el pico, que voy a la boda de mi tío Federico el Chico.
Y tampoco quiso. Siguió más alante y se encontró con un lobo. Dice:
– Lobo, come a la oveja, que la oveja no quiso pastar la malva, que la malva no quiso limpiarme el pico…
Y tampoco quiso. Fue más alante y se encontró con un perro. Dice:
– Perro, mata al lobo, que el lobo no quiso comer la oveja, que la oveja no quiso pastar…
Y tampoco quiso. Fue más alante y se encontró con un palo y le dice:
– Palo, pega al perro, que el perro no quiso matar al lobo, que el lobo no quiso comer…
Y tampoco quiso. Fue más alante y se encontró con una lumbre y dice:
– Lumbre, quema al palo, que el palo no quiso pegar al perro, que el perro no quiso matar al lobo…
Y tampoco quiso. Fue más alante y se encontró con un río y le dijo:
– Río, apaga la lumbre, que la lumbre no quiso quemar el palo, que el palo no quiso pegar al perro…
Y tampoco quiso. Fue más alante y se encontró con un burro y le dice:
– Burro, bebe el agua, que el agua no quiso apagar la lumbre, que la lumbre no quiso…
¿Por dónde íbamos?
– Por el burro
– Pues álzale el rabo y bésale el culo.
EL GALLO QUIRICO
Esta es la historia del gallo Quirico que lo invitaron a la boda de su abuelo Zarapico el Chico. Él se puso muy elegante, se montó en el caballo y marchó a la boda. Al llegar por el camino, vio una boñiga, se bajó del caballo y se puso a comer. Pero al subirse otra vez al caballo vio que tenía sucio el pico y dijo:
– ¡Ay, qué sucio tengo el pico!. Voy más adelante a ver con quién me encuentro.
Y se encontró con la yerba y dijo:
– Yerba, límpiame el pico, que voy a la boda de mi abuelo Zarapico el Chico.
– No quiero.
Y el gallo siguió adelante y se encontró con la oveja y le dijo:
– Oveja, come la yerba, que la yerba no quiere limpiarme el pico que voy a la boda de mi abuelo Zarapico el Chico.
– No quiero.
Y siguió adelante y se encontró con el lobo y le dijo:
– Lobo, mata la oveja, que la oveja no quiere comer la yerba y la yerba no quiere limpiarme el pico que voy a la boda de mi abuelo Zarapico el Chico.
– No quiero.
Siguió adelante y se encontró con el perro, le dijo:
– Perro, come el lobo, que el lobo no quiere matar la oveja, que la oveja no quiere pastar la yerba, que la yerba no quiere limpiarme el pico que voy a la boda de mi abuelo Zarapico el Chico.
– No quiero.
El gallo muy disgustao se montó otra vez en el caballo y siguió adelante, y se encontró con un palo, un palo muy gordo, y dijo:
– Palo, mata al perro, que el perro no quiere matar al lobo, que el lobo no quiere matar la oveja, que la oveja no quiere pastar la yerba, que la yerba no quiere limpiarme el pico que voy a la boda de mi abuelo Zarapico el Chico.
– No quiero.
Siguió más adelante y se encontró con el fuego y le dijo:
– Fuego, quema el palo, que el palo no quiere matar al perro, que el perro no quiere matar al lobo, que el lobo no quiere comer la oveja, que la oveja no quiere comer la yerba, que la yerba no quiere limpiarme el pico, que voy a la boda de mi abuelo Zarapico el Chico.
– No quiero.
Ya montó en el caballo muy disgustado y marchó otra vez y se encontró con un arroyo, un arroyo muy grande y le dijo:
– Arroyo, apaga ese fuego, que el fuego no quiere quemar el palo, que el palo no quiere matar el perro, que el perro no quiere matar al lobo, que el lobo no quiere comer la oveja, que la oveja no quiere pastar la yerba, que la yerba no quiere limpiarme el pico que voy a la boda de mi abuelo Zarapico el Chico.
– No hace falta, gallo, que eres muy bonito y tú vas a volver ahora mismo aquí. Bebe agua, acércate a mí, bebe agua, te limpias el pico y te arreglas y te vas a la boda de tu abuelo Zarapico el Chico, que ya estás muy cerca.
Y, efectivamente, se limpió el pico y así fue a la boda de su abuelo Zarapico el Chico.
GALLO QUIRICO
Esto era una vez un gallo que se llamaba Quirico, que estaba invitado a la boda de su tío Perico. Se limpió las plumas, se limpió el pico y se fue andando. En el camino se encontró con un gusano y se lo comió. Entonces se manchó el pico.
– Lechuga, lechuguita, límpiame el pico que voy a la boda de tío Perico.
– No, anda, sigue y calla. Yo no te limpio el pico.
Siguió andando y se encontró con una oveja.
– Oveja, ovejita, cómete a la lechuga que no me quiso limpiar el pico, que voy a la boda del tío Perico.
– Anda, anda, calla y sigue para delante.
Bueno, siguió para delante y se encuentra con el palo.
– Oye, palo, palito, pega a la oveja, que no se quiso comer a la lechuga, que no me quiso limpiar el pico, que voy a la boda del tío Perico.
– Anda, anda, déjame. Calla y sigue para delante.
En esto que sigue para delante y se encuentra con el fuego.
– Oye, fuego, quema al palo, que no quiso pegar a la oveja, que no quiso comerse la lechuga, que no me quiso limpiar el pico, que voy a la boda del tío Perico.
– Pero déjame en paz, déjame, anda. Cállate y sigue para delante.
En eso que se encuentra con el agua.
– Agua, agüita, apaga el fuego, que no quiso quemar el palo, que no quiso pegar a la oveja, que no quiso comer la lechuga, que no quiso limpiarme el pico, que voy a la boda del tio Perico.
– Bueno, déjame, que yo no quiero saber nada.
Sigue para adelante y se encuentra con el gusano.
– Gusano, gusanito, ¿quieres venir a la boda del tío Perico?
– Sí, claro que sí.
Va y se lo comió. Siguió más adelante y se encontró con una casa de una vieja; entra y dice:
– Anciana, ancianita, ¿me limpias el pico?
– ¿Que te limpie el pico?
– Es que m’he encontrao con el agua; el agua no quiso apagar el fuego, el fuego no quiso quemar al palo, el palo no quiso pegar a la oveja, la oveja no quiso comer la lechuga, la lechuga no quiso limpiarme el pico, que voy a la boda del tío Perico.
– Te le limpio, pero antes me tienes que decir si has visto al gusano.
– ¡Ah! Yo no lo vi. Pregúntele a otro que sea más listo.
– ¡Gusano, gusanito! ¿Dónde estás que yo no t’he visto?
– Aquí, aquí, estoy en la barriga del gallo Quirico, que me lleva a la boda de su tío Perico.
– ¿Has oído, has oído, gallo Quirico? Eres un malvado, no te quiero limpiar el pico. ¡Andrea, Andrea, ven aquí! Coge este gallo, desplúmale y métele en la cazuela.
REFRÁN DE LA LORA Y LA MOSCA
Estaba la lora sentadita en su lugar y vino la mosca sólo por hacerle mal. La mosca a la lora, lora que en su loradita está.
Estaba la mosca sentadita en su lugar, y vino la araña sólo por hacerle mal. La araña a la mosca, la mosca a la lora, lora que en su loradita está.
Estaba la araña sentadita en su lugar, y vino el ratón sólo por hacerle mal. El ratón a la araña, la araña a la mosca, la mosca a la lora, lora que en su loradita está.
Estaba el ratón sentadito en su lugar, y vino el gato sólo por hacerle mal. El gato al ratón, el ratón a la araña…
Estaba el gato sentadito en su lugar, y vino el perro sólo por hacerle mal. El perro al gato, el gato al ratón…
Estaba el perro sentadito en su lugar, y vino el palo sólo por hacerle mal. El palo al perro, el perro al gato…
Estaba el palo sentadito en su lugar, y vino la lumbre sólo por hacerle mal. La lumbre al palo, el palo al perro…
Estaba la lumbre sentadita en su lugar, y vino el agua sólo por hacerle mal. El agua a la lumbre, la lumbre al palo…
Estaba el agua sentadito en su lugar y vino el burro sólo por hacerle mal. El burro al agua, el agua a la lumbre…
– No me acuerdo adónde nos llegábamos.
– Al burro.
– Le alzas el rabo y le besas el culo
Fuente: Revista Folklore
0 comentarios:
Publicar un comentario