15 de marzo de 2010

Hemeroteca: 25 de Octubre de 2008

Viaje de ida y vuelta al arado

La crisis obliga a muchos ex agricultores a pensarse su regreso al campo

25/10/2008

En época de crisis son muchos los trabajadores que tienen que mirar atrás para buscarse la vida. Y muchos de ellos, cuando miran atrás, lo que ven es el campo, que vive en eterna crisis, del que vivieron sus padres y del que ellos huyeron. Éstas son algunas historias de los que, después de haber probado fortuna en la industria, la construcción o el sector servicios de las ciudades, un día decidieron regresar al campo.

Agustín del Pozo vive en Zotes del Páramo. Desde que era un niño ayudó a su padre a atender las fincas de las que vivía la familia. Como tantos otros, en cuanto tuvo oportunidad, se fue. Doce años, de 1988 a 2000, estuvo trabajando en empresas de todo tipo, “y en todas estuve a gusto”, en distintas ciudades. Eso sí, los fines de semana, “a volver a casa y a echar una mano en lo que hiciera falta”. Su historial administrativo parece el pasaporte de un diplomático, por la cantidad de entidades en las que ha cotizado a la Seguridad Social.

“Cuando se jubiló mi padre, decidí volver al pueblo y hacerme cargo de la explotación. Al principio fue bien, pero ahora la cosa está cada vez peor. No hay beneficios de tanto reducirnos los ingresos y aumentarnos los costes”, dice Tinín, que es como le conocen todos en Zotes. “Ahora: lo del ser dueño y no tener horario, no tiene precio”.

Cerca de allí, en Villaestrigo, Maximiano Cristiano y Carlos González toman el vermú en el único bar del pueblo. Los dos hicieron en su día el viaje de ida y vuelta al arado. El primero de ellos, trabajó en la construcción ante las pocas perspectivas que ofrecía el campo. “Pero en las obras ya sabes, cuando te haces viejo...”. Cuando a la zona del Páramo comenzó a llegar el agua del pantano de Riaño, decidió volver a los que habían sido sus inicios, al campo. “Pero ahora, a la vista de cómo están las cosas, yo no puedo decirle a ninguno de mis hijos que se quede con esto, porque la verdad es que no pinta nada bien. Por ejemplo el maíz: habría que comenzar ya la próxima campaña y aún tenemos excedentes del año pasado que no quieren en ningún almacén”. Aún así, Maximiano asegura que no se arrepiente de haber tomado la decisión de regresar al campo.

De Villaestrigo es también Carlos González, que hace tiempo decidió buscarse otro futuro mejor que el que se avecinaba en su pueblo. “Compré una máquina y estuve durante 12 años trabajando en las minas de talco, en Boñar y en el puerto de San Isidro. De allí pasé a la fábrica de Michelín, pero allí no aguanté mucho. Salía todos los días con los ojos negros del caucho, y no había Dios que lo quitara. Además, un día me mandaban a un puesto, al siguiente a otro distinto, y así. Me cabreé y dije: vuelvo al pueblo, compro un tractor y a ganarme la vida”.

Ahora, disfruta de la tranquilidad de un trabajo que no tiene horarios, tampoco se arrepiente de haber tomado la decisión que tomó, pero cuando mira a su alrededor siente cierta envidia: “Cuando me fue a Michelín llevé a tres o cuatro conmigo, y todos se quedaron. Ahora, de los quintos míos de este pueblo, sólo sigo trabajando yo con 63 años. El resto se jubilaron a los 60, y les quedó una buena pensión”.

En Pobladura de Pelayo García, Pedro Garmón es otro similar aunque de una generación muy diferente (tiene 38 años). Estuvo trabajando en Madrid de camarero y en una discográfica, y un verano se cansó de la vida urbana y regresó a su pueblo para ayudar a su padre: “Vine pensando en echar una mano por el verano, pero al final mi padre me empezó a decir que si vendían esa tierra, que si vendían esa otra... Y ahora lleva ya 12 años al frente de la explotación. No creo que me equivoqué cuando decidí volver, pero la verdad es que ahora el campo está llegando a una situación límite”.

Fuente: La Crónica de León

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